Alejandro Villamor Iglesias
Revisión de los pros y contras de la teoría de identidad de tipos y del funcionalismo
Resumen: Este texto tiene como fin revisar la cuestión, ya prácticamente desplazada del debate contemporáneo en filosofía de la conciencia, del contraste entre teoría de identidad de tipos y teoría de identidad de ejemplares. Para ello, este se encuentra fragmentado en cuatro apartados. Los dos primeros, “Teoría de identidad de tipos” y “Teoría de identidad de ejemplares: funcionalismo”, están dedicados a presentar los pros y contras de dichas posiciones respectivamente. Los dos últimos, “La múltiple realizabilidad” y “El argumento de los qualia invertidos”, tratan de las implicaciones de estos dos importantes argumentos en esta cuestión.
Teoría de identidad de tipos
La “teoría de identidad de tipos” es una propuesta presentada a partir de los años 50 por autores como Herbert Feigl, Ullin T. Place o Jack Smart. A diferencia de la “teoría de identidad de ejemplares”, la de tipos es necesariamente una tesis fisicista que se compromete, en tanto tal, con la reducción de los estados mentales a estados físicos. No así, necesariamente, la “teoría de identidad de ejemplares” que bien pudiera ser compatible con un dualismo de propiedades al discernir las propiedades mentales de las propiedades neurofisiológicas (Pineda, 2012, p. 178). Una teoría, esta última, que generalmente suele asumir la forma del funcionalismo, consolidado durante un tiempo como la alternativa más secundada por los filósofos de la mente tras el aluvión de críticas recibidas por la TIT (“teoría de la identidad de tipos”).
Grosso modo, la TIT se caracteriza por establecer la identificación de todo estado mental tipo con un estado físico tipo. Por esto, todos los ejemplares (“tokens”) de un determinado estado mental tipo han de ser, según TIT, idénticos a un determinado estado físico tipo. Supongamos que el miedo a las tarántulas se estipula como idéntico a la activación de una serie de neuronas llamadas “neuronas 34”. Siempre que alguien tenga miedo a las tarántulas, sea Isabel, Carmen o Jacobo, invariablemente en sus cerebros se produce una estimulación o activación de las “neuronas 34”. A pesar de lo que pudiera parecer, los enunciados propuestos por la TIT no han de ser considerados a priori, sino que, por la contra, son empíricos. Si es la experiencia la que nos permite decir que “agua=H2O” o “relámpago=descarga eléctrica”, también es ella la que nos permitiría decir que “miedo a las tarántulas=activación neuronas 34”. Así, “el teórico de la identidad presenta su hipótesis como una hipótesis científica que debe ser corroborada empíricamente” (Pineda, 2012, p. 182). Podemos pensar, pues, que para el teórico de la TIT el tribunal del tiempo le terminará dando la razón a través de nuevos descubrimientos científicos.
El primer argumento al que podría apelar el teórico de la TIT en su favor es el denominado “argumento de la simplicidad”. Frente a otras propuestas dualistas, los teóricos de la identidad podrían invocar a la “navaja de Ockham” para dejar constancia de que la suya es la propuesta más económica ontológicamente. No es difícil ver esto al entender que lo que ofrece la TIT es una explicación de la correlación entre los eventos mentales y los neurofisiológicos en términos de identidad. Otra ventaja a la que podrían apelar los teóricos de la identidad reside en el “comportamiento” de la TIT con respecto a problemas tradicionales de la filosofía de la mente, paradigmáticamente al problema mente-cuerpo. Así, “la hipótesis ofrece una respuesta simple y directa” (Pineda, 2012, p. 185). Otros problemas como el de la existencia de otras mentes también toparían aquí una explicación plausible: se puede certificar la existencia de otras mentes además de la mía comprobando por medios empíricos que los otros individuos i) tienen cerebros semejantes al mío y ii) en esos cerebros se producen estados neurofisiológicos tipo como los míos. Si mi miedo a las tarántulas consiste en la activación de las “neuronas 34”, al comprobar la existencia y activación de esas neuronas en otros individuos puedo inferir que también tienen miedo a las tarántulas. Por último, se puede apelar al “argumento de la causalidad mental”. Pudiera el teórico de la TIT mantener que su teoría ofrece una explicación a, por ejemplo, por qué “el dolor causa sufrimiento” apelando a la identidad o correlación de propiedades tipo como las de, por ejemplo, “el dolor” con la “estimulación de las fibras-C” o “el sufrimiento” con el “estado neural N”. Vayamos a las objeciones.
En primer lugar, el “argumento epistemológico” pretende mostrar que la identidad entre los estados mentales y los neurofisiológicos no lo es tanto. Esto se explica apelando a la introspección que cada individuo puede hacer con respecto a sus estados mentales, mas no con respecto a sus estados neurofisiológicos. Si yo puedo acceder a mis estados mentales, me son cognoscibles, no sucede lo mismo con respecto a los neurofisiológicos, luego no se puede aseverar que sean idénticos. Si fueran idénticos tendría que suceder que toda propiedad del primero fuese también propiedad del segundo. Una variante de este argumento se halla en el conocido argumento de Jackson acerca de lo que “María no sabía”. En cualquier caso, el “argumento epistemológico” comete lo que Place denomina “falacia fenomenológica” al confundir las sensaciones con propiedades de los objetos que las causan. Una cosa es decir que la hoja de papel que estoy observando es blanca y pequeña, y otra, harto distinta, es decir que mi experiencia de la hoja es blanca y pequeña. Una cosa es el “saber qué” (“Know What”), proposicional, y otra es el modo de conocer o representarse ese “saber qué” mediante el “saber cómo” (“Know How”). Esta no parece ser una verdadera objeción a la TIT en la medida en que su defensor pudiera distinguir entre el saber introspectivo del estado mental y el saber del estado cerebral. Que por el hecho de beber o simplemente ver el agua no podamos saber que es H2O, no tenemos una razón plausible para negar que el agua sea H2O. Por no decir que, simplemente, el defensor de TIT podría resguardarse afirmando que, si tuviésemos una configuración sensorial más compleja, entonces sí que podríamos conocer los estados cerebrales por introspección.
Otro argumento contra la TIT es el “argumento modal” basado en la existencia de “designadores rígidos” y “zombis”. Con el fin de evitar las ambigüedades del lenguaje, con “designador rígido” Kripke, su introductor, pretende referir aquel nombre que conserva la misma referencia para todo mundo posible. Si digo que “Saul Kripke” es un designador rígido y que “ser humano” es una propiedad esencial de “Saul Kripke”, entonces estoy diciendo que “Saul Kripke es un ser humano” es verdadero en todo mundo posible. Por otra parte, por “zombi” se entiende un individuo, lógicamente concebible, carente de conciencia de sus estados mentales aun a pesar de ser conductualmente indistinguible de un humano (entendemos que con conciencia de sus propios estados mentales). Este “argumento modal” trata de mostrar que la supuesta identidad entre propiedades mentales y cerebrales tipo (como “dolor=estimulación de fibras-C”) es contingente puesto que son lógicamente posibles los zombis. Unos zombis que bien pueden poseer “fibras-C” pero no sentir dolor. Así, si en el caso de “agua=H2O” Kripke diría que estamos ante un enunciado necesario a posteriori, no así con “dolor=estimulación de las fibras-C”. En otras palabras, si viajásemos a una Tierra Gemela y viéramos una “substancia líquida a temperaturas normales, incolora, inodora e insípida y que llena ríos y lagos del entorno” (Pineda, 2012, p. 203) esta no tendría por qué ser agua. Podría ser, como ilustró Putnam, XYZ. Se podría mantener siempre que “agua=H2O”. Pero no así con “dolor=estimulación de las fibras-C” ante la posibilidad, mismamente, de los zombis. De hecho, ningún enunciado que estableciera una identidad psicofísica podría ser verdadero por estos motivos.
Con respecto a esta objeción, del mismo modo que la primera, podemos decir que no es plausible. Se podría comenzar por decir: ¿por qué debemos aceptar la existencia de “designadores rígidos”? Además, se podría continuar cuestionando la premisa según la cual los zombis son una posibilidad y, por ende, la ilusión de contingencia que pretende plasmar el argumento con respecto a la identidad entre estados mentales y cerebrales. Muchos son los requisitos que el defensor de la TIT debería aceptar para ver en verdad comprometida su postura.
Por último, tenemos la objeción basada en el “argumento de la múltiple realizabilidad” que se considera, esta vez sí, un verdadero problema de la TIT. En esencia, no sucede de facto que un mismo estado psicológico tenga que ser realizable por un mismo estado físico. De hecho, no exiguos son los casos en los que un mismo estado mental es realizado por una gran cantidad de estados físicos. Esto quizás se pudiera constatar en el mismo reino animal, donde no es implausible la posibilidad de encontrarnos con animales no humanos sin, por ejemplo, “fibras-C”, pero que den evidentes muestras conductuales de sentir dolor. ¿Podríamos negar ipso facto que estos individuos no sufren pues no poseen “fibras-C”? El mismo Hilary Putnam ridiculizó esta idea al tener que suponer que para afirmar que los pulpos sienten dolor, estos tendrían que compartir cierto estado cerebral con nosotros. Un caso más iluminador: supongamos que un día llegan a la Tierra en su nave unos extraños alienígenas que no comparten, ni mucho menos, la constitución neuronal de los humanos. Pero supongamos que por cualquier motivo sí pueden hablar nuestros idiomas. Sigamos suponiendo que vemos como al entrar en contacto con el fuego uno de los extraterrestres parece gritar y, instantáneamente, se aleja del mismo. Le preguntamos por qué gritó y se alejó del fuego, y nos dice que porque le dolía. Siguiendo la TIT y la identidad tipo entre dolor y fibras-C,[i] deberíamos negar siempre la posibilidad de que el alienígena experimentara dolor. Incluso podemos recurrir a casos reales, empíricos, que nos muestran que los correlatos neurales-mentales pueden variar no sólo entre distintos individuos, sino entre los mismos. Casos de accidentes que provocaron ciertos daños cerebrales muestran que la plasticidad del cerebro no se puede reducir a leyes psicofísicas de tipos tal y como pretende la TIT. Los mismos estados mentales pueden ser ejemplificados por diversos estados cerebrales.
Si bien las dos primeras objeciones podrían tener sendas respuestas por parte del defensor de la teoría de la identidad de tipos, esta última parece devastadora. Y parece que debió ser así, pues el número de autores que han abrazado la teoría de identidad de ejemplares y, concretamente, el funcionalismo (que permite dar cuenta del “argumento de la múltiple realizabilidad”) han aumentado considerablemente.
Teoría de identidad de ejemplares: funcionalismo
El funcionalismo fue en su momento, especialmente en los años 60 y 70, la propuesta con un mayor número de adeptos en filosofía de la mente. A distinguir entre el funcionalismo analítico y el computacional, intentaremos dar cuenta de esta posición tomando como referencia la esencia común entre ambas clases de funcionalismo. La primera y más clara es que ambos identifican los estados mentales con un conjunto de relaciones causales con otros estados mentales o, por ejemplo, la conducta. Anteriormente a esta postura otras dos fueron consideradas en gran medida: la tratada teoría de identidad de tipos y el conductismo. Veamos qué puntos ha heredado el funcionalismo de estas dos posiciones y qué soluciones aporta a los problemas que más han afectado a las mismas.
El principal punto en común entre funcionalismo y conductismo reside, precisamente, en la recuperación por parte del primero de la vinculación entre los estados mentales y la conducta. Decimos precisamente porque, como se dice en el anterior párrafo, una de los elementos a tener en cuenta en la red causal que determinan los estados mentales es la conducta. Así, por ejemplo, el funcionalista identifica el dolor de cabeza
con el tipo de estado mental que, entre otras cosas, produce una disposición a tomar aspirinas en la gente que cree que la aspirina alivia el dolor de cabeza, origina un deseo de liberarse del dolor que uno está sintiendo, a veces le hace decir (a quien hable castellano) cosas tales como “me duele la cabeza”; y lo produce el exceso de trabajo, el forzar la vista y la tensión (Fodor, 1981, p. 66).
Ahora bien, la distancia entre el conductismo, concretamente el lógico, y el funcionalismo, se pone de manifiesto en el grado de importancia otorgado al papel de la conducta. Mientras que para el funcionalista los estados mentales se identifican con una red causal donde no sólo se encuentran las disposiciones conductuales, para el conductista estos, los estados mentales, se reducen a la conducta. Para el conductista radical decir de un individuo que tiene un estado mental es lo mismo que decir que el individuo procede o estará dispuesto a proceder de una determinada manera: por ejemplo, decimos de alguien que tiene sed si, al ver un vaso de agua, lo bebe inmediatamente (Fodor, 1981, p. 63). En definitiva, la conducta vuelve a ocupar aquí un papel que le había sido arrebatado por la TIT.
Con respecto a la TIT la principal semejanza con el funcionalista reside en que, precisamente, este último también es un teórico de la identidad. Tanto el teórico de la identidad de tipos como el funcionalista conciben una correlación entre estado mental y estado físico de forma que cuando hablamos de la instancia de una propiedad mental, estamos hablando de una o varias instancias de una propiedad física. Es esto así hasta el punto de que el funcionalismo analítico se pudiera considerar una TIT al poder identificar estados mentales tipo con estados físicos tipo del mismo modo que lo haría el defensor de TIT (Pineda, 2012, p. 246). Ahora bien, el problema de la múltiple realizabilidad provocará que, cuanto menos a modo general, el funcionalismo sostenga una teoría de la identidad de ejemplares, mucho menos comprometedora. Fijemos la atención en sus diferencias.
Del conductismo lógico ya se ha comenzado por mencionar su carácter problemático al identificar estado mental con disposición conductual. Una adscripción mental se reduce exclusivamente a un “enunciado hipotético conductual”, sin términos mentales. Serían ejemplos de este tipo: “si Andrés cree que el agua está envenenada, entonces no la beberá”, “si el perro está contento, entonces moverá el rabo” o “si Ana desea pasear bajo la lluvia, entonces no llevará paraguas”. Vemos, así, como el “antecedente sólo habla de estímulos” y “sólo de respuestas de conducta el enunciado consecuente” (Fodor, 1981, p. 63). El problema que a cualquiera se le podría ocurrir con respecto a esta propuesta es, presumiblemente, su carácter excesivamente estrecho. Dos individuos comparten el mismo estado mental (los conductistas más radicales rechazan la existencia de estados mentales asimilándola con la conducta) si tienen la misma conducta o disposición conductual. Con todo, los desarrollos de las ciencias empíricas, en especial de la psicología, han ido mostrando cómo la existencia de determinados estados mentales es necesaria para la atribución de conductas:
A medida que la psicología ha madurado, ha ido creciendo cada vez más elaborado y refinado el entramado de los procesos y estados mentales que, a lo que parece, son necesarios para explicar las observaciones experimentales (Fodor, 1981, p. 63).
El problema al que ya de primeras se enfrenta el conductista tal y como lo hemos presentado consiste en la posibilidad de la mentira. Un espartano de la Grecia Antigua podría negar que la amputación de su dedo meñique le duele por motivos culturales, y no dar muestras conductuales perceptibles de ello. Pero no parece plausible que, por ello, el espartano no experimenta dolor. Además, a aquellos conductistas que no niegan la existencia de estados mentales se les podría reprochar que la variedad y complejidad de los diferentes estados mentales de los individuos no se puede reducir a un “enunciado hipotético conductual”. Tal y como sucedía en el anterior ejemplo, no parece plausible sostener que, puesto que Pepita, Manolito y Pilar han cogido el paraguas, entonces los tres creen que puede llover y desean no mojarse. ¿Por qué? Pues porque a lo mejor Manolito ni cree que vaya a llover ni desea no mojarse, pero el color del paraguas va a juego con el de su chaqueta.
Ante estos problemas, y aunque hayamos visto que el funcionalismo hereda cierto aspecto del conductismo, el primero aporta una explicación más completa y aceptable que el segundo. Uno de los problemas que acucia al conductista es la ausencia de relaciones entre los distintos estados mentales. Cada uno de estos se identifica únicamente con determinadas conductas o disposiciones conductuales, por lo que cada estado mental (si lo hubiere) se encuentra como aislado de los otros. Al entrar los diferentes estados mentales en la red causal que permitiría identificar un estado mental cualquiera, el funcionalista puede aportar una visión más plausible de los mismos: la creencia de Juanita de que mañana abrirá el centro comercial puede estar causada por determinadas percepciones y otras creencias, como que existe tal centro comercial o que va haber un mañana. La solución que aporta el funcionalista se puede comprender de forma más nítida trayendo a colación el argumento de Putnam en detrimento del conductista: en ocasiones puede ser correcto atribuir una enfermedad a alguien, aunque no muestre los síntomas y, a la inversa, puede también resultar correcto negar tal enfermedad a pesar de mostrar determinados síntomas (Pineda, 2012, p. 248). Según Putnam, a diferencia del conductismo, su teoría del funcionalismo computacional[ii] podría explicar los dos casos del siguiente modo: “el primero como un caso en que se da el estado interno referido por el concepto de enfermedad, pero este no causa los síntomas correspondientes porque las condiciones no son normales” (Pineda, 2012, p. 249). El segundo “como un caso en que los síntomas tienen una causa (no normal) distinta del estado interno referido por el concepto de enfermedad” (Pineda, 2012, p. 249). En consecuencia, es posible gracias al funcionalismo atribuir una enfermedad a alguien, aunque no muestre conductualmente ningún síntoma de ella; cosa que no sucede en el conductismo.
Aunque no adolece la TIT de los mismos problemas que el conductismo (no niega la existencia de los estados mentales reduciéndolos a conductas), esta también tiene lo suyo. Concretamente, como vimos en el punto precedente, el argumento de la múltiple realizabilidad parece desbaratar desde su misma raíz a la TIT o “materialismo de tipos”. Recordemos que el defensor de esta posición tendría que negar que un extraterrestre carente de unas imaginarias “neuronas G78” pudiera tener miedo a las galletas (si aceptamos que, verbigracia, “miedo a las galletas=activación de las neuronas G78”). Debería defender esto, aunque de algún modo el extraterrestre nos comunicara que tiene miedo a las galletas o que pudiésemos observar que, cuando entra en escena una galleta, este huye despavorido. Dice Fodor:
¿Por qué desecharía el filósofo la posibilidad de que los marcianos, cuyo elemento básico fuera el silicio, sufran, suponiendo que el silicio está convenientemente organizado? ¿Y por qué excluiría el filósofo la posibilidad de que unas máquinas tengan creencias, si éstas se hallan correctamente programadas? (Fodor, 1981, p. 65).
Además, casos reales, empíricos, muestran que determinadas partes del cerebro que en principio no parecen asumir determinadas funciones comienzan a asumirlas cuando, por ejemplo, tras una apoplejía, las parte asociadas a esas funciones se encuentran dañadas (cfr. Kolb, Mohamed, & Gibb, 2010). La exposición a diversos entornos ambientales determina las correlaciones entre los estados físicos y mentales, pudiendo estas variar. ¿Por qué el funcionalismo se erigió como una postura ventajosa con respecto a la TIT? Porque el funcionalista posee una explicación de esta objeción de la múltiple realizabilidad que no posee la TIT. Frente al teórico de la identidad de tipos, el funcionalista no necesita comprometerse con la identidad uno a uno de esta propiedad mental tipo con esta propiedad neurofisiológica tipo. Reiterando la idea que identifica los estados mentales con relaciones causales, el funcionalista puede afirmar que la lista de eventos físicos que realizan las propiedades mentales puede no ser definible con precisión en toda su amplitud. Pero con conocer que determinados eventos físicos son el caso, entonces se podría inferir que determinados eventos mentales son asimismo el caso.
La múltiple realizabilidad
El fenómeno de la múltiple realizabilidad ha sido empleado como argumento en filosofía de la mente contra la teoría de la identidad de tipos. Asimismo, también se puede considerar que este fenómeno apoya a la teoría del funcionalismo, ya que esta puede aportar una explicación del mismo. Como se ha visto, según la tesis de la múltiple realizabilidad múltiples estados físicos pueden ocasionar un mismo estado mental. Esta idea se puede defender tanto a nivel conceptual, a priori, como a través de casos empíricos.
Un caso conceptual sería el recurrente ejemplo del extraterrestre que llega a la Tierra. Pongamos por caso a E.T. Imaginemos que el cerebro de E.T. no guarda absolutamente ninguna semejanza con el nuestro más allá de que podamos considerar que efectivamente se trata, este órgano, de una especie de cerebro. Podemos considerar con Fodor que el elemento básico de este órgano fuera el silicio. Independientemente de esto, E.T. afirma que le gusta el chocolate o que tiene miedo a los científicos que van a buscarlo a la casa de Elliott. Así como que quiere volver a su casa. Y no sólo lo dice, sino que da claras muestras conductuales de ello, por ejemplo, escondiéndose o gritando cuando los científicos se lo llevan (en el caso del miedo a los científicos). Viendo esto, tenemos que un mismo estado mental tipo, como el deseo de volver a casa, se puede instanciar en distintos estados físicos. Lo sabemos en la medida en que consideremos que hay dos individuos, un humano cualquiera y un extraterrestre, con dos constituciones cerebrales distintas, pero con un mismo estado mental.
Por otro lado, este fenómeno tiene numerosos correlatos empíricos. No son pocos los casos de seres humanos que han sufrido lesiones en ciertas zonas del cerebro por motivo, por ejemplo, de una apoplejía. A causa de esto, ciertas funciones mentales se ven en muchos casos afectadas. Pero hay pacientes que consiguen mantener o recuperar las funciones mentales que en teoría estaban asociadas a las zonas del cerebro perjudicadas. Esto se explica a través de la plasticidad cerebral: ciertas zonas del cerebro, no dañadas, se reorganizan para llevar a cabo las funciones que deberían realizar las partes dañadas. Un mismo estado mental puede, por tanto, identificarse con distintos estados neurofisiológicos.
El argumento de los qualia invertidos
El argumento de los qualia invertidos se ha empleado tanto contra la TIT como contra el funcionalismo. En ambos casos estamos ante teorías que correlacionan los estados mentales con estados físicos. Si bien en una se establece una correlación biunívoca entre estado mental tipo con estado físico tipo y, en el otro caso, estamos ante una teoría de la identidad de ejemplares. No se establece en el último caso, el del funcionalismo, leyes psicofísicas tan comprometidas como en el primero de los casos. El problema que supondría el argumento de los qualia ausentes consistiría, dicho llanamente, en la posibilidad de concebir individuos (los “zombies” de Chalmers, por ejemplo) a los que podemos otorgar unos estados mentales como los nuestros pero carentes de conciencia fenoménica, cualitativamente distintos. Por este motivo la equiparación funcional que haríamos entre el humano y el zombi sería incorrecta. En otras palabras:
The Absent Qualia Objection proceeds along similar lines, beginning with an argument that it is possible that a mental state of a person x be functionally identical to a state of y, even though x’s state has qualitative character while y's state lacks qualitative character altogether (Block, 1980, p. 258).
El funcionalismo terminaría incurriendo en su misma trampa al afirmar que un mismo estado mental puede ser compartido por individuos que no compartan los mismos estados físicos. Al caracterizar el dolor, por ejemplo, como idéntico a un estado funcional definido en términos de relaciones causales, el funcionalista se compromete con la posibilidad de que, por ejemplo, haya extraterrestres cuyos supuestos estados mentales sean idénticos a los nuestros. Lo que da como resultado el problema de que la equiparación funcionalista entre un zombi y un humano es incorrecta, pues el zombi no tendría, a pesar de todo, conciencia fenoménica de sus estados mentales. “Podría suceder que dos organismos fuesen funcionalmente idénticos y sin embargo uno de ellos careciera de estados mentales con contenido cualitativo” (García Suárez, 1995, pp. 362-363). Si de lo que se trata es de que, de establecer funcionalmente una equivalencia en base a inputs y outputs, entonces un organismo con inputs y outputs equivalentes a los míos sería equivalente a mí (García Suárez, 1995, p. 363). Aunque los estados mentales entre ambos difieran cualitativamente.
Esta idea se puede recoger, asimismo, recordando el argumento de la habitación china de Searle: imaginemos un individuo que tiene en su cerebro un pequeñísimo homúnculo con un manual de chino. Al recibir determinados inputs (verbigracia, una pregunta en chino) el homúnculo consulta rápidamente el manual de chino dando como resultado determinados outputs (una respuesta en chino por parte del sujeto, siguiendo el ejemplo anterior). Si bien no diríamos, dejando de lado la polémica que aquí nos salpica, que el hombre con este homúnculo sabe chino al dar simplemente una respuesta conductual a determinados inputs, “el programa es «realizado» en sentido funcionalista” (García Suárez, 1995, p. 366). ¿Qué respuestas podría esgrimir el funcionalista?
Una primera respuesta podría pasar por lo que Shoemaker denominó “incompatibilismo funcionalista” (García Suárez, 1995, p. 366). Esta posición, defendida entre otros por Harman y Dennett, salva a la posición funcionalista a través de la negación de los qualia. Dennett se encargará de “quinear los qualia” considerándolos como meras ilusiones preteóricas. Al desaparecer los qualia, también desaparece el problema: en todo caso sucedería, por ejemplo, que sucede el dolor, pero no un quale de este. En ningún caso podría suceder eso que sostiene Block acerca de los qualia del dolor sin dolor. Esta propuesta niega que haya problema. Por otra parte, tenemos al “compatibilismo funcionalista”, defendido por el mismo Shoemaker, que pretende dar una respuesta al problema sin negarlo (al negar los qualia). Block describe la objeción de Shoemaker de la siguiente manera:
Shoemaker's argument against the possibility of absent qualia is this: if absent qualia are possible, then the presence or absence of the qualitative character of pain would make no difference to its causal consequences; and so, according to a causal theory of knowledge, we could have no knowledge of the qualitative character of pain; but given that we do have knowledge of the qualitative character of pain (in any sense of "qualitative character" of interest to a discussion of absent or inverted qualia), absent qualia are not possible (Block, 1980, p. 259).
Para Shoemaker la posibilidad de los qualia ausentes es nula. La piedra angular sobre la que gravita esto es la imposibilidad de ir más allá de los rasgos funcionales. Si decimos que tanto el dolor del zombi, como el mío, son funcionalmente equivalentes, difícilmente podremos decir que este estado mental en el caso del zombi no es cualitativamente equivalente al mío. Al igual de lo que sucedería si fuera mi caso, si vemos cómo una persona con unos zapatos de generoso tacón pisa, con uno de ellos, el dedo meñique del pie derecho de un zombi, este último aparta el pie instantáneamente, grita y dice que le duele tal dedo, entonces el zombi tiene dolor. No existiría a partir de aquí ningún modo, ni siquiera a través de un encefalograma, de tener evidencias de que el zombi no tiene qualia. Además, ni siquiera por introspección el propio zombi podría decir que carece de la experiencia fenoménica del dolor. Para poder tener la creencia de que tiene tal dolor en el dedo meñique, esta tendría que venir acompañado por una serie de creencias acerca de, por ejemplo, el grado de dolor, el lugar exacto… Unas creencias que, por esto, podríamos entender como cualitativas. En definitiva, resulta difícil imaginar, en primer lugar, de cual forma un organismo podría ser funcionalmente equivalente a nosotros y no tener una percepción cualitativa equivalente de sus estados mentales. Es decir, de cómo el zombi podría tener creencias acerca de su dolor (como el grado o el lugar) sin tener la experiencia subjetiva del mismo. Además, resulta que si la de los qualia ausentes fuera una posibilidad, entonces ni siquiera cada uno de nosotros podría dar cuenta de ese carácter cualitativo. Prácticamente en la misma línea parece orientarse P. Churchland cuando sostiene que “en la medida en que los estados mentales cualitativos son provocados por objetos rojos y son la causa de que creamos que algo es rojo, esos estados son sensaciones de rojo sea cual sea su carácter intrínseco” (García Suárez, 1995, p. 372). Por tanto, los ejemplos aportados por Block acerca de la posibilidad de que haya individuos con el estado funcional adecuado, pero que no sientan el dolor o, a la inversa, que tengan dolor, pero no la característica funcional adecuada (García Suárez, 1995, p. 362) no parecen sostenerse.
Bibliografía citada
Block, N. (1980) “Are absent qualia impossible?”, The Philosophical Review, 89 (2), pp. 257-274.
Fodor, J. (1981) “El problema mente-cuerpo”, Investigación y ciencia, 3, pp. 62-75.
García Suárez, A. (1995) “Qualia: propiedades fenomenológicas”, en F. Broncano (Ed.), La Mente humana, Madrid: Trotta.
Kolb, B., Mohamed, A., & Gibb, R. (2010) “La búsqueda de los factores que subyacen a la plasticidad cerebral en el cerebro normal y en el dañado”, Revista de Trastornos de la Comunicación, 10, pp. 1016-1027.
Pineda, D. (2012) La mente humana. Introducción a la filosofía de la psicología, Madrid: Cátedra.
Notas
[i] Por otra parte, en neurociencia esta es una identidad ya rechazada hace décadas. [ii] Es importante matizar que, pese a haber sido una de sus principales adalides, Putnam terminó por rechazar y criticar profundamente al funcionalismo.