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  • Foto del escritorOlivia P. de Labra

Problemas e inconsistencias del cognitivismo moral desde el expresivismo metaético

Actualizado: 19 jul 2021

La metaética pretende dar cuenta de la naturaleza de los enunciados morales, que son aquellos que nos aportan información sobre lo que hemos de hacer en último término. En el debate contemporáneo de esta disciplina se pretende responder tanto a la cuestión acerca del significado de dichos enunciados como a la que concierne la pregunta sobre la existencia de las entidades a las cuales refieren estos.

El propósito de este ensayo es presentar los problemas que suponen las posiciones cognitivistas a la hora de responder a la cuestión semántica que se plantea desde la metaética, para terminar posicionándonos en pro de una postura emotivista, respondiendo a cuestiones de naturaleza, las teorías existentes, y las deficiencias que presentan.


El problema del cognitivismo moral

Una de las posiciones más extendidas es la que afirma que los enunciados morales son proposiciones. Estas proposiciones tienen por objeto ofrecer descripciones y enunciar estados de cosas -en el caso objetivista- o actitudes proposicionales -en el caso subjetivista-, por lo que son susceptibles de ser verdaderas o falsas, es decir, tiene valor de verdad. Dentro de esta posición encontramos diferentes teorías conocidas como posiciones cognitivistas o descriptivistas, pues presumen describir hechos morales.

La primera distinción entre posiciones cognitivistas que explicaremos es la del objetivismo, que afirma que los enunciados morales como proposiciones son independientes de las actitudes de los agentes, es decir, que hay hechos morales objetivos que existen independientemente de nuestra actitud hacia ellos. Dentro de esta posición hay dos teorías diferentes.

Una de ellas es el realismo moral, el cual afirma que hay por lo menos una proposición moral que es verdadera, y que es referente a ciertas formas de actuar objetivamente correctas con independencia de los agentes, por lo que los enunciados morales son verdaderos en algunos casos. En función del tipo de existencia que consideran que tienen las proposiciones morales podemos distinguir distintos tipos de realismo: realismo naturalista -concibe las proposiciones morales en términos de propiedades naturales-, realismo sobrenaturalista -las concibe en términos de propiedades sobrenaturales- y realismo no-naturalista -las concibe como propiedades no reductibles. (Sayre-McCord, 2017).

La otra teoría es conocida como la teoría del error, formulada por Mackie. Esta teoría es cognoscitivista y antirrealista, ya que sostiene que los enunciados morales expresan una creencia o un juicio susceptible de ser verdadero o falso, pero serán todos falsos debido a que no existen propiedades morales reales.

La otra distinción que encontramos en el cognitivismo es la postura no-objetivista, que sostiene que las proposiciones morales no son independientes de los agentes y están constituidas en parte por su actividad mental. Es decir, el no-objetivismo (o subjetivismo) afirma que existen los hechos morales, pero estos son totalmente dependientes de las actitud que presentemos frente a ellos. Por lo tanto, la falsedad o verdad de las oraciones morales depende de las prescripciones que aceptemos como punto de partida para determinar nuestro comportamiento (Joyce, 2016).


El problema del ser-deber ser

En su Tratado de la naturaleza humana, David Hume fue quien dio por primera vez cuenta del abismo lógico existente entre hechos y normas, entre el orden fáctico y el orden normativo, que causa un problema en el ámbito de la metaética conocido como el problema del ser-deber ser, esto es, la imposibilidad de deducir válidamente un "deber" de un "ser".

El pensador escocés llega a la cuestión sobre las proposiciones normativas y descriptivas a partir de lo relativo al conocimiento que concluye el empirismo. Hume sostenía que el conocimiento procedía de la experiencia sensible, de unos sucesos que ocurren en un espacio-tiempo que se corresponde con el "aquí" y "ahora". Esto causa una imposibilidad de conocimiento sobre el futuro, lo que nos obliga a deducir los sucesos en base al conocimiento que tengamos del pasado. Por tanto, todas nuestras creencias son conocimiento basado en el hábito. Sabemos que el fuego quema puesto que hemos comprobado que cada vez que acercamos algo al fuego arde. Sin embargo, no existe nada que corrobore que eso volverá a ocurrir la próxima vez que decidamos acercar algo al fuego. Creemos eso porque lo hemos visto anteriormente y establecemos una relación de causa-efecto ficticia en relación a la costumbre de ver una sucesión en los hechos que no es en absoluto necesaria. Nuestra única fuente de conocimiento es, por tanto, el hábito.

A partir de la aceptación de las tesis del empirismo, surge el problema del ser-deber ser. Como hemos visto, tan solo podemos experimentar el presente, y que la idea que guardemos sobre lo que ocurre "aquí y ahora" se repita. Pero no podemos deducir que vaya a ocurrir nada necesariamente, ya que el principio de causa-efecto no es más que una ilusión creada por nuestra costumbre de ver los sucesos repetirse. No hay nada que implique una cosa y otra. Por tanto, pretender deducir algo que vaya a ocurrir de manera necesaria a partir de unos hechos anteriores es imposible, lo que hace del intento de deducción de una proposición normativa a partir de una proposición descriptiva una falacia, puesto que intentar esto nos conduciría a una regresión al infinito. Podemos tomar como ejemplo el siguiente argumento que dice:

Premisa 1. Todos los emperadores deben ser crueles.

Premisa 2. Nerón es un emperador

Conclusión. Nerón debe ser cruel.

La primera premisa de este argumento es un enunciado normativo, que nos indica cómo debe ser algo a priori de la experiencia, por lo tanto no tiene una justificación propia. Y al preguntarle a esta premisa por su explicación, se nos presenta otro argumento:

Premisa 1. Todos los líderes deben de ser crueles.

Premisa 2. Todos los emperadores son líderes.

Conclusión. Por tanto, todos los emperadores deben ser crueles.

Como podemos observar, la primera premisa de este argumento también es una proposición normativa que requería de otro argumento para justificarse. Vemos lo conflictivo de establecer un juicio por inducción a partir de la experiencia sensible que simplemente nos conduce a una regresión infinita y, por tanto, falaz.


El problema de la significación de los términos éticos

Ayer (1965), junto a gran parte del grupo seguidor del empirismo lógico, mantuvieron una posición emotivista dada la distinción entre hecho y valor. Esta distinción, que aparece ya en el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein, hace diferenciar los enunciados con significado (que refieren a hechos) y aquellos que no (que no refieren). El hecho de referir o no constituye, desde la concepción semántica de las teorías del positivismo lógico, que el valor de verdad constituya la diferencia entre ambos tipos de enunciado. Es decir, enunciados del tipo "hoy creo que llueve en Santiago de Compostela" tiene sentido si tiene valor de verdad, y que será verdadero o falso dependiendo de si el enunciado corresponde con los hechos o no.

Ahora bien, si consideramos enunciados como "las mujeres deben obedecer a su hombre", este tipo de enunciados no encuentran ni en el mundo externo, ni en la relación semántica entre sus términos, ni en su construcción lógica, lo dado como "deben obedecer". No son enunciados analíticos, pues su valor de verdad no se determina ni por su estructura sintáctica ni semántica; ni es una verdad necesaria, pues es concebible tanto su verdad como su falsedad sin entrar en contradicción con nada del mundo.

Entonces, ¿qué expresan los enunciados morales? Aún teniendo una imagen descriptiva, estos enunciados expresan nuestras respuestas emocionales a un hecho. Por ejemplo, el hecho de que una bandeja del horno queme y me provoque dolor es un hecho natural y del mundo que puedo aseverar o negar, y que se explica la relación en función de una cadena de impulsos nerviosos que llevan del toque al objeto a la percepción del dolor. Sin embargo, esto puede derivar en enunciados de tipo normativos o morales como que "no debo tocar la bandeja del horno caliente pues me causa dolor, y el dolor es malo". Usamos 'malo' como una descripción de nuestro estado mental que no quiere que tal cosa suceda; no porque 'malo' sea una propiedad externa y ajena a mis procesos cognitivos, sino que es intrínseca a la experiencia que tenemos como sujetos con estados mentales.


El problema de la pregunta abierta

G.E. Moore (1903) plantea el argumento de la pregunta abierta a principios del siglo XX con el motivo de refutar las posiciones naturalistas del realismo moral. La consideración de Moore sobre los juicios morales como intuitivos y, por tanto, simples e injustificables hace que este considere que todo intento por definir las propiedades morales en términos de propiedades naturales incurra en la falacia naturalista, la cual se encuentra en casi todos los libros de ética, pero por lo general no se reconoce.

Sin embargo, comúnmente se ha cometido un error de este tipo sobre el bien. Puede ser cierto que todas las cosas que son buenas también son otra cosa, así como también es cierto que todas las cosas que son amarillas producen un cierto tipo de vibración en la luz. Y es un hecho, que la Ética tiene como objetivo descubrir cuáles son esas otras propiedades que pertenecen a todas las cosas que son buenas. Pero demasiados filósofos han pensado que cuando nombraron esas otras propiedades en realidad definían bien; que estas propiedades, de hecho, simplemente no eran otras, sino absoluta y completamente iguales con la bondad. Propongo llamar a esta visión la falacia naturalista y de ella trataré ahora de deshacerme. (Moore, 1903, ch. 1, §10; traducción propia)

La razón de esta afirmación se fundamenta en lo que se conoce como el "argumento de la pregunta abierta". Dicho argumento toma la forma de modus tollens, y establece una equiparación entre la propiedad de la bondad con cualquier propiedad no moral.

TN: Para todo x, x es bueno si, y solo si, x es p

Siendo p cualquier proposición descriptiva, en el caso de que esta tesis naturalista fuese verdadera bueno y p deberían ser intercambiables, esto es, que una pudiera definirse en los términos de la otra y viceversa. Y si esto se diese, deberíamos poder formular las dos siguientes preguntas y estar cuestionándonos exactamente lo mismo.

Q1. Concediendo que x es p, ¿es x p?

Q2. Concediendo que x es p, ¿es x bueno?

Como podemos comprobar, no se da que nos estemos preguntando por lo mismo al formular ambas cuestiones. Q1 es una pregunta cerrada. En cambio, Q2 no puede cerrarse por ninguna de las expresiones utilizadas en la propia formulación de la pregunta. Por lo tanto, ambas expresiones no son equivalentes; p y bueno no son intercambiables, una no puede significar a la otra.

En este caso, desde una posición no cognitivista, podríamos argumentar que las expresiones morales utilizadas en preguntas abiertas tales como la anterior formulada no pueden representar nada ni predicar ninguna propiedad, además de no ser equivalentes a ninguna propiedad descriptiva.

Sin embargo, el argumento de la pregunta abierta no es concluyente en tanto que pueden plantearse varias objeciones. La primera de ellas es que para alguien que crea que hay una definición correcta de bueno, este argumento resulta ser una petición de principio y, por tanto, falaz. La segunda de ellas supone atacar el presupuesto del argumento de la pregunta abierta según el cual las cuestiones analíticas carecen de interés cognoscitivo alegando que hay cuestiones analíticas, como las conscientes a la lógica o las matemáticas, que son de gran interés cognoscitivo.


El problema de la intencionalidad

Aunque no se trata de una objeción clara a las posiciones cognitivistas, la obra de Intención de Elisabeth Anscombe (1991) si permite a nuestro favor prever una razón por la que rechazar el cognitivismo moral: que una acción es moral si hay intencionalidad. ¿Esto que significa para nosotras? Si decimos que, por ejemplo, el hecho de pegarle a alguien el el codo es reprochable moralmente si yo he tenido la intención de hacerlo, pero no así si el hecho de pegarle un codazo se deba a un tropiezo. Esta distinción de actos resulta en lo denominado doctrina del efecto doble, que es la teoría deontológica de que un hecho puede ser bueno o malo (reprochable o admirable moralmente) dependiendo de la intención del agente moral. Por ejemplo, en el caso del médico que seda con una cantidad mortal de morfina al paciente para que no sufra, que el paciente muera puede ser considerado (a) homicidio, pues tenía la intención de practicarle la eutanasia al paciente o (b) mala praxis pero con la intención de paliar el dolor del paciente. Así, "tenemos una acción con [dos] descripciones, [...] lo cual significa que con la misma propiedad podemos hablar de [dos] intenciones correspondientes, o de una intención" (Anscombe, 1996, pp. 96-97).

El problema que puede causar a los cognitivistas es que un hecho puede ser visto moralmente desde dos posiciones contradictorias (o al menos no compatibles en sentido estricto). E incluso que la imputabilidad del agente se ve afectada en defecto de su implicación y conocimiento al respecto de lo que hace.

En el problema de la suerte moral, expuesto por Bernard Williams y Thomas Nagel (2013), la incorrección de un hecho varía (para el defensor de la suerte moral) dependendiendo si hay o no consecuencias negativas, y no solo teniendo en cuenta la intencionalidad del agente. Así, afirma Nagel que "hay una diferencia moralmente significativa entre conducir imprudentemente y cometer un homicidio" (2013, p. 89). Hay diferencia tanto acciones con la misma intención con diferentes consecuencias, como acciones con diferentes intenciones y misma consecuencia. Por lo tanto, la reducción que hacen los cognitivistas (especialmente los realistas) es deficitaria si quiere independizar el plano ético de la subjetividad.

Incluso para aquellos que defienden teorías subjetivistas, estamos ante una dificultad pues que si es dependiente del sujeto que dicha acción sea correcta o no, el agravante de haber provocado la muerte de alguien sigue causando en nosotras la intuición de que hay un estado de cosas peor, independientemente de la intencionalidad de la persona, y sería dependiente ya no de un modo 'externo', por ejemplo, la imputabilidad posible, sino de si una persona aprueba o no tal hecho. Además, el subjetivismo entra en problemas pues podría aplicar sus juicios morales (supongamos una versión individual) sobre hechos de objetos inanimados que no tienen la capacidad para realizar acciones morales. Por ejemplo, un subjetivista enajenado podría culpar a una medusa por picarle en el mar y decidir matarla pues, ciertamente, ha provocado una disminución del valor positivo, y siguiendo una premisa tal que "toda disminución de valor es mala", podría 'culpar' a la medusa del nuevo estado de cosas. Parece una crítica débil, pero considerando que este tipo de posición antirrealista es dependiente de las actitudes de los agentes, y que existen agentes que efectivamente culpan a otros (sean o no intencionales) del desvalor o agravio. El ejemplo claro son los niños que, al resbalarse en un charco, culpan al charco de su desgracia.

Diferentes posiciones expresivistas

El siglo XX dio cuenta de una gran proliferación de estudios y teorías en el campo de la metaética. Una de las posiciones que surgió en esta época fue el expresivismo o no cognitivismo, que incorporó a filósofos como A.J. Ayer, C.L. Stevenson y R.M. Hare al debate contemporáneo sobre la cuestión semántica y ontológica de los enunciados morales.

Hay diferentes teorías expresivistas, pero el hilo conductor de esta posición metaética es el mismo: que la conversación moral no trata de nada.

Nuestras palabras, usadas tal como lo hacemos en la ciencia, son recipientes capaces solamente de contener y transmitir significado y sentido naturales. La ética, de ser algo, es sobrenatural y nuestras palabras sólo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té solo podrá contener el volumen propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella (Ayer, 1989, p. 37).

Las posiciones expresivistas sostienen en común que los enunciados morales no pueden ser verificables puesto que no refieren a hechos del mundo, sino que expresan disposiciones o proyecciones del individuo.

En esta sección examinaremos las posiciones expresivistas, de las que existen al menos cinco igualmente considerables y de un origen cronológico más cercano: (i) el emotivismo, (ii) el prescriptivismo; (iii) el quasi-realismo; (iv) las teorías híbridas; (v) y el ficcionalismo.

Aunque todas estas posturas siguen afirmando que los enunciados morales no pueden hacer declaraciones que sean verdaderas o falsas en un sentido sustancial, negando, por tanto, que estos puedan ser proposiciones, se verá en el punto 5. razones en favor de considerar el emotivismo frente al resto.


El emotivismo

El emotivismo sostiene que los enunciados morales no son proposiciones puesto que no expresan creencias sobre los hechos del mundo y, por tanto, no son susceptibles de ser verdaderos o falsos. Los emotivistas piensan que los términos morales en expresiones gramaticalmente asertivas funcionan principalmente para expresar emociones y quizás también para provocar emociones similares en otros (Barnes 1933; Stevenson 1946; Ayer 1952, Capítulo 6, citado por van Roojen, 2018).

Para los emotivistas, son las emociones y no la razón las que orientan nuestras actitudes morales en tanto a la relación existente entre los enunciados morales y las motivaciones morales. Esto afecta a nuestros intereses en la defensa del emotivismo, puesto que desde esta posición no podemos esclarecer una racionalidad acerca de nuestros comportamientos. Así que cuando decimos que "asesinar gente inocente es incorrecto" simplemente estamos expresando nuestro desacuerdo, un sentimiento de desaprobación hacia esta acción.

Así pues, "me parece mal que me mientas" no es una referencia a una realidad, sino que son sentidos que se pueden traducir por "¡mentiras!... ¡buu!"y que se inscriben en el lenguaje por medio del aprendizaje. Por tanto, quien expresa un enunciado moral está expresando sentimientos en forma de respuestas gramaticalmente bien formadas que son interpretadas por quienes reciben el mensaje en aprobación o desaprobación.


El prescriptivismo

Quienes defienden el prescriptivismo consideran que los enunciados morales carecen de contenido descriptivo, aproximándose semánticamente a los imperativos, y se expresan para mostrar la correspondiente aceptación a estos. Es por ello que cuando decimos "estudiar es bueno" realmente estamos expresando un mandato ("¡estudia!"), ordenando la realización de dicha actividad, y por consiguiente, mostrando nuestra aceptación hacia esta (van Roojen, 2018).

Las posturas prescriptivistas fueron más desarrolladas por Richard M. Hare, quien a finales de los años 50 planteó las afirmaciones de lo que conocemos como el prescriptivismo universal. Cuando expresamos un enunciado moral y, por tanto, encomiamos una acción, lo hacemos universalmente de varias maneras. En primer lugar, la universalidad reside en el hecho de que los juicios morales no solo deben aplicarse al agente o el caso sobre el que se realiza, sino a todos los agentes y todos los casos que se encuentren en situaciones similares. Es por ello que cuando aceptamos una determinada prescripción de manera sincera nos disponemos a aplicar el juicio moral siempre que se pueda y sea pertinente. En relación con esto, podemos afirmar que cuando expresamos un enunciado moral que aceptamos también expresamos nuestro deseo de que prescriba de manera universal. Así es que cuando apelamos a alguien en concreto para decirle "debes maximizar la felicidad", no estamos dirigiéndonos solamente al agente cuya acción está sujeto a evaluación, sino a todas las demás personas, incluidos oradores y oyentes, por lo que se puede traducir por imperativos como "maximicemos todos la felicidad" o "todos debemos maximizar la felicidad".


El quasi-realismo

Formulada por Simon Blackburn en su libro Essays in quasi-realism, esta teoría expresivista da cuenta de la peculiaridad del caso de las proposiciones morales. Si atendemos superficialmente a la gramática de estas, en un primer momento parece que afirman o niegan la veracidad de unos hechos, lo que podría llevarnos a pensar que los enunciados morales tienen valor de verdad. Así es que si decimos que "desobedecer está mal" podríamos llegar a tener una primera interpretación de este enunciado moral como "desobedecer es incorrecto", otorgándole valores de verdad y falsedad. Pero estos valores son ficticios, puesto que un enunciado moral no puede, en ningún caso, expresar hechos del mundo en tanto en cuanto la ética no puede ser totalmente realista, ya que de serlo no permitiría fenómenos tales como el desarrollo gradual de las posiciones éticas en el tiempo. Por tanto, el verdadero significado que expresa el enunciado moral es su rechazo a la desobediencia al modo emotivista, esto es, expresando una emoción de desaprobación hacia dicho hecho, aunque una primera y superflua interpretación nos lleve a pensar que constituye una proposición.

Teorías híbridas expresivistas


Existe un desenvolvimiento posterior de corrientes híbridas que sumergen cualidades tanto cognitivistas como expresivistas, lo que hace que las teorías no cognitivistas actuales sean menos distinguibles de las alternativas cognitivistas que las versiones anteriores. Estas posiciones podrían ser consideradas como casos límite ubicados justo fuera de la región no cognitiva del espacio lógico (van Roojen, 2018).

Una de estas es el ficcionalismo moral hermenéutico. Quienes sostienen esta postura consideran que los enunciados morales tienen propiedades de verdad, pero en su uso corriente tales enunciados no son estrictamente verdaderos. Hasta aquí la teoría concuerda con las posiciones defendidas por los teóricos del error; la diferencia radica en que estos últimos consideran que el estado del discurso moral es erróneo en su conjunto, mientras que los ficcionalistas morales hermenéuticos establecen la falsedad del enunciado moral cuando este no expresa una creencia en el contenido del mismo. Es decir, que alguien utilice un enunciado moral no quiere decir que crea en lo expresado por el enunciado, más bien estaría usando tal enunciado para expresar otro estado mental no cognitivo.

Otra de las teorías híbridas es el expresivismo ecuménico de Ridge, en donde el autor rompe con la "falsa dicotomía" establecida entre deseos y creencias, ya que para este son lo mismo. Esto es, si aprobásemos determinadas acciones en la medida en que estas maximizan el bienestar colectivo esto sería lo mismo que pensar que votar partidos políticos que incorporan la promoción de la equidad en sus programas es moralmente correcto en tanto en cuanto esta acción maximiza el bienestar colectivo. De esta manera podemos dar cuenta de que toda prescripción ética puede redefinirse en términos epistemológico.

También debemos señalar las teorías expresivo-híbridas, que pueden considerarse como otro tipo de caso límite, pero por un motivo diferente. Estas combinan las afirmaciones positivas del expresivismo; que las oraciones morales predican propiedades y las actitudes morales son, en parte, no cognitivas con características del cognitivismo. Estas ideas se pueden combinar de diferentes formas adoptando posturas diversas.

A medida que pasa el tiempo, la teorización y desarrollo de la metaética da lugar a nuevas teorías híbridas con diferencias más imperceptibles.

El ficcionalismo

El ficcionalismo moral defiende que la ética y sus prescripciones no dicen nada, como el resto de posturas expresivistas, pero que dado un modelo o, si preferimos, un cuento al modo del mundo de Sherlock Holmes, actúan como proposiciones en virtud de esa posible realización. Podemos hablar del "Gran Libro del Mundo Moral" en el cual apareceran tediosos personajes como "buenín", "malín" y "maximinín", un modelo en el que existen tales propiedades. Esto sugiere entonces tomar una diferencia en cuanto a la cuestón ontológica, pues bien consideramos que las prescripciones morales se adecúan a un "marco lingüístico", terminología que emplea Rudolf Carnap en "Empirismo, semántica y ontología" (1950) para, por así decirlo, relativizar las condiciones de verdad no a como es el mundo, sino al marco lingüísitico. Así, cuando preguntamos lo que significa realmente un término moral como "bueno", esto no se puede contestar pues se trata de una cuestión externa al marco; mientras que si que voy a poder decir lo que significa si preguntamos que significa "bueno" en un marco lingüístico determinado. Así, en el "Gran Libro del Mundo Moral", tales predicados serán verdaderos o falsos en virtud de la historia de "buenín".

Es bastante semejante en cierto sentido al quasi-realismo, pero hay una diferencia en las actitudes de estas dos posiciones: el quasi-realismo no apela a realizaciones posibles o cuentos, sino en que la propia naturaleza de las prescripciones existe unha "direccionalidad" para que dichas prescripciones funcionasen como si fueran descripciones de estados de cosas; mientras que para el ficcionalismo, las prescripciones morales son relativas a modelos, pudiendo así apelar a un contenido objetivo. Las novelas de Sherlock Holmes son un dominio del discurso, y dada la prescripción "El hermano de Holmes es malo", esto es verdadero en cuanto lo es si aparece en dichas novelas, sin posibilidad de que un sujeto efectuase un cambio en tal término.

Problemas al no cognitivismo

Una moral para no muertos

Simon Blackburn (2001) presenta un experimento mental creado por David Chalmers (1995) en los que propone dos casos: el caso de los zombies y el caso de los mutantes (p. 54-56). En el caso de los zombies, Blackburn dice que se tratan de una entidad que funciona y responde igual que un ser humano (incluso su cerebro se comporta como el nuestro), pero que realmente no tiene conciencia ni estados mentales, que no es lo mismo que estados del cerebro. Si este es el caso, cuando nosotros decimos que "está mal hacer daño a otros", lo hacemos en el fundamento de que 'malo' es simplemente la expresión lingüística de una experiencia perceptiva que causa una respuesta emotiva traducible a un abucheo. Sin embargo, si aplico tal principio a los zombies, tenemos el problema de que no tienen conciencia como para que en el enunciado, el término 'malo' realmente tenga tal significado. 'Malo' es igual a un 'buuu', pero en el caso de que lo dijese el zombie, ¿realmente sería eso así? Puede que el zombie simplemente diga 'malo' pues es la expresión que utilizaría un ser consciente en el caso de que alguien le hiciese daño, pero un zombie no tiene la propiedad intrínseca de la experiencia (también llamados qualia) como para identificar el hecho de, por ejemplo, un navajazo en la tráquea con el término 'malo'. Si lo hace, lo hace en el sentido de lo que lo hace "la habitación china" de Searle (Cole, 2020); traduce el hecho del navajazo (el input) al enunciado de 'está mal dañar a otros' (el output) pero sin realmente entender el navajazo, pues depende del hecho de tener conciencia.

Ahora, este argumento solo es viable en cuanto sean posibles los zombies, hecho que es muy improbable si consideramos a la conciencia como un hecho psíquico y no adjetivo al físico.

El problema Frege-Geach

El problema de Frege-Geach es uno de los más famosos e importantes problemas en ética del siglo XX, así como el mayor desafío al paradigma expresivista. Concretamente es un problema que se presenta a toda clase de posiciones del no cognitivismo y, por tanto, al emotivismo. Ideado por Geach en 1960 -aunque se le atribuye parte del mérito a Frege-, ataca la idea del emotivismo según la cual los enunciados morales no expresan juicios con valor de verdad al señalar que usamos tales juicios como parte de condicionales.

Cuando un juicio entra a formar parte del dominio de una conectiva oracional, se presupone que dicho juicio ha de tener algún valor de verdad. Esta afirmación encuentra su fundamentación en la semántica veritativo-condicional, la cual posee la capacidad de explicar las leyes lógicas del lenguaje moral. El problema con las posturas no cognitivistas y, por consiguiente, con el emotivismo, es que estas leyes lógicas no son válidas ni aplicables a los enunciados morales en tanto a que no son proposiciones, lo que imposibilita la comprensión de un conjunto de enunciados que no refieren a hechos del mundo, llegando a entrar en contradicción entre ellos, ya que desde el emotivismo -y cualquier postura no cognitivista- cualquier enunciado que presente una contradicción como por ejemplo "matar es malo y no matar es malo" no sería lógicamente incorrecto en tanto en cuanto no da cuenta de hechos que suceden, sino que representa emociones o imperativos. Al no dar cuenta del valor de verdad de las proposiciones que componen el enunciado tomamos por buena una contradicción injustificable según los criterios de la lógica del lenguaje, pero que a ojos de quienes defienden el no cognitivismo no supondría un problema.

Ahora, este argumento se sostiene en la medida en que defendemos una semántica como la fregeana. Es posible que tengamos que dividir el terreno del lenguaje entre sus expresiones sin significado, para las cuales podrían funcionar como variables, de modo que las expresiones morales actuasen como adjetivos por ser meros "atributos" que nosotros creemos que tienen las experiencias y estados de cosas.

Por qué preferir el emotivismo

Existen diferentes razones por las que preferir los postulados emotivistas frente a otras posiciones expresivistas. Por un lado, hay que atender a una razón de carácter evolutivo pues, como seres orgánicos que se desarrollan con el paso de los eones, los mecanismos de adaptación de las especies ha contribuido a una idea general, al menos, en cuanto a la motivación y como nos adaptamos (y consideramos favorable o no) las situaciones.

Como sabemos, las motivaciones que nos llevan a actuar de una manera u otra pueden darse por factores internos, externos, o bien una combinación de ambos. Puesto que el emotivismo es internista, esto es, que considera que las razones por las que actuar tiene carácter motivador interno, podemos presumir defender una posición emotivista a través de un argumento evolucionista: si estas proposiciones morales expresan nuestros deseos acerca de los hechos del mundo, estos deseos podrían venir dados por una adaptación evolutiva. Imaginemos una especie que no puede sentir cuando tiene hambre o tiene dolor. El dolor y el hambre, al menos su percepción, nos ayuda a guardar nuestra fisionomía a salvo. Así, cuando sentimos una superficie muy caliente que puede causar grandes heridas por las que entrar enfermedades e infecciones, tener la capacidad de reacción -y, por lo tanto, de sentir dolor-, ayuda a que los individuos sobrevivan a circunstancias adversas. Si pensamos en el ejemplo del hambre, sería probable que los individuos de una especie fallezcan de inanición y, por lo tanto, se extingan.

Esto, sin embargo, no constituye un fundamento para otras posiciones cognitivistas, creer que las propiedades morales realmente existen en términos de bienes naturales; o expresivistas, pues el emotivismo y prescriptivismo permiten explicar la naturaleza y funcionamiento de las prescripciones éticas de forma similar; pero el resto falla en cuanto a su trato sobre la naturaleza moral.

Las teorías híbridas y el quasi-realismo son complicadas en el sentido de que buscan continuar en una semántica veritativo-funcional sin compaginarla con la naturaleza de las prescripciones éticas. Las teorías híbridas pueden, al menos en mi opinión, salvarse siempre y cuando defiendan un espacio entre el paso inferencial entre oraciones descriptivas y expresivas, manteniendo la discusión metaética en un ámbito de misterio que no se podrá resolver jamás. El quasi-realismo, no obstante, tiene problemas pues argumentar que se puede mantener una postura expresivista pero que funciona como si no o fuese podría tratarse de una hipótesis ad hoc, de la cual no podemos sacar nada en claro en tanto que presupone esta falsa naturaleza cognitiva.

Ahora bien, el ficcionalismo tiene que justificar un "origen" del uso de tales palabras. Pensemos en una sociedad de ciegos: ¿tienen un nombre para lo que nosotros llamamos "color"? Es evidente que, dado el lenguaje y su dimensión intersubjetiva, si nadie tiene la experiencia del color, ¿pueden referir a lo que no tienen acceso? Una persona ciega lo hace pues dentro de la comunidad lingüística hay usuarios que sí refieren al color. Aquí existe cierto paralelismo con la idea de qualia (en el sentido de propiedad intrínseca de la experiencia) y con el concepto kantiano de "noúmeno" (pues es algo que no podemos llegar a conocer). Los términos "bueno" o "malo" no podrían tratarse de un simple cuento a lo Hansel y Gretel, pues hasta estos cuentos se construyen bajo propiedades a las que nosotros tenemos acceso. La idea de "unicornio" responde a una amalgama de ideas entre caballo, cuerno, etc, pero no tenemos idea de un objeto cuyas propiedades desconocemos. Entonces, cuando en los modelos ficcionalistas se emplea la palabra "bueno", aquí debe aparecer entonces el uso del/a autor/a antes del modelo. "Sherlock Holmes es un detective" es verdadero, pero los términos componentes tienen sentido fuera de la novela, pues "ser detective" es un predicado que predica de entidades del mundo real; y si dijéramos que "Sherlock Holmes es un Dalek", este enunciado no tendría sentido si no sabemos lo que es un "Dalek" o las propiedades que encierra un "Dalek". Ahora, este argumento falla pues "Dalek" puede designar igualmente pues es un nombre, como defienden autores externalistas como Kripke o Putnam. Sin embargo, en cuanto a términos como "bueno" o "malo", no son nombres, sino propiedades. El término de "correcto" aún se mantiene gracias a su uso en disciplinas como la matemática o la gramática, y podemos hablar de la corrección de un acto de acuerdo a una regla ética, así como de la regla para multiplicar (cuando digo "2 por 4 es 8", este es un ejemplar de una correcta aplicación de la regla), pero los términos más primitivos, como bueno y malo, tienen el problema en cuanto a que se adecúan, y si se adecuan a propiedades, y tienen como resultado la motivación moral, esto no puede tener como resultado ni su naturalización ni concebirlo como una ficción.

Podríamos acusar a los ficcionalistas de intentar crear un lenguaje privado al modo de los que critica Wittgenstein (2017) en las Investigaciones filosóficas, pues el uso de "bueno" y "malo" es privado en el sentido en que un ficcionalista podría usar los términos a gusto y disfrute pero, "¿Debo suponer que inventa la técnica de esa aplicación; o que ya la ha encontrado hecha?" (§262). Por lo tanto, los ficcionalistas no pueden relativizar a un marco lo que ya tiene un uso, e ignorarlo sería absurdo, pues ya se encuentran con un uso para bueno o malo. El emotivismo, por el contrario, si puede mantener los usos de los términos éticos al no hacer la distinción carnapiana entre marco externo e interno, sin desnaturalizar tales usos, pues cuando digo "discriminar a alguien es malo", entiendo lo que expreso con "malo" como una actitud hacia esa circunstancia, "buu discriminar!", pues "una vez que sabes qué designa la palabra, la entiendes, conoces su entera aplicación" (§264).

Conclusión

En suma, hemos podido dar cuenta de los problemas surgidos a raíz de las inconsistencias que presentan las posiciones cognitivistas por sostener que las prescripciones morales tienen valor veritativo. La imposibilidad de deducir oraciones normativas a partir de oraciones descriptivas, pues el paso inferencial de una a otra es falaz. Hemos visto cuatro objeciones al cognitivismo, así como hemos examinado las diferentes posturas expresivistas, y de cómo el emotivismo sobrevive a ellas.

También hemos presentado las posibles objeciones que pueden emplearse para refutar los postulados que recogen las teorías no cognitivistas, como el experimento mental de Simon Blackburn, que nos habla sobre la necesidad de tener conciencia para interpretar los hechos morales; el problema de Frege-Geach, que encuentra en las leyes de la lógica propias de la semántica veritativo-condicional una refutación a las afirmaciones del expresivismo; y el realismo de Cornell, que supone un argumento a favor del realismo moral por establecer una concepción ética cognitivista que no incurre en la falacia naturalista.

No obstante, ante las cuestiones de carácter semántico, ontológico y epistemológico que se dan en el campo de la metaética al estudiar los enunciados morales, defendemos una concepción no cognitivista emotivista. Esta preferencia se ve apoyada por el argumento evolucionista, que afirma que nuestras motivaciones se deben a factores internos; de estas inclinaciones, las menos favorables para quien las manifieste en un contexto determinado tenderán a desaparecer, así como las que sean de utilidad para verdaderamente marcar una diferencia se conservarán. Además, encontramos ciertas inconsistencias en el resto de posiciones expresivistas que hacen que tomemos por verdadero las afirmaciones emotivistas que nos dicen que los enunciados morales aprueban o refutan los hechos del mundo expresando emociones.

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